Actos oníricos subversivos (2/ )

n esta habitación desde la que os hablo, y por donde se deslizan las sombras entre las fundas de los sofás, hay una lámpara como única lumbre, un bodegón de frías rosas en la pared desconchada, y sus pétalos nacarados aparecen esparcidos sobre una mesa pequeña, cubierta por un tapete y un cristal. Hay una ventana tapiada con gruesos tablones desde la que se divisa un callejón, y a lo lejos un paisaje de cristal, una jungla. Gatos sibilinos se cuelan por los agujeros de la pared entre ronroneos, saltan desde los contenedores; tenues rayos de luz se filtran por entre el techo de madera.
He subido hasta la última planta de un edificio abandonado, piso por piso, peldaño a peldaño, 'a veces saltándolos de dos en dos, y ésto no me lo perdona ningún escalón'. He sentido al entrar un escalofrío, como si un ente invisible, delante mía indicara el sentido y la dirección.
A quien busco yo ya me ha encontrado a mí, y es por eso que ya no tiene mucho sentido lo que descubra dentro de dicha sala. Me aventuro a imaginar su rostro, a adivinar sus formas; y al entrar en la habitación, entre las sombras que me observan, como el que ha mirado largamente en el vacío de su alma, en el espejo que no refleja sino expele oscuridad; las profundidades abismales, allí donde otros hombres de conocimiento ya han estado antes; hasta que el abismo penetró en ellos, cercándolos y volviéndoles locos, locos pero conocedores de la verdad, obligados en su senilidad a tragarse la propia lengua, dejando su alma al descubierto, informe, desprotegida, sin coraza alguna.
Y éste ser que tengo delante, de espaldas, y cuyo rostro no logro a ver por muchas vueltas que dé alrededor suyo, ya que siempre, y desde cualquier ángulo desde el que se le observe, siempre queda de espaldas a uno; conoce mi nombre, y mis debilidades, mis anhelos. No me he esforzado en ocultarme bajo mis siete capas, ni he corrido a tapar mi desnudez con un velo.
–Le dije que se despojara de todo antes de entrar, y mírese usted ahí, dando vueltas alrededor mía, anhelando encontrar mi cara, una cara de la que carezco, o al menos no es la cara que usted espera encontrar.
¿Qué vientos le traen por aquí?, ¿acaso oyó mi llamada en su interior y vino a ver que tal era?, ¿le guiaron desde los tejados mis gatos?, ¿o encontró el camino siguiendo los mensajes ocultos en los muros de la ciudad? Pero lo que usted demanda como real sólo es un espejismo, un sueño cuya pompa no se ha roto al despertar. Usted creyó que su sueño podría hacerse real, de la misma forma en que la imaginación del niño puede dotarlo para el vuelo. Pero no estamos hoy aquí por sus ansias de volar, ¿verdad?
Veo en sus ojos y en su aura, el deseo de alejarse de todo lo que le resulta mundano, usted cree que acercándose cuanto más al conocimiento, ahondando en su personalidad, puede saltar aquella barrera de los inmortales, saltar el precipicio del tiempo, y en el salto llegar sano y salvo al otro lado, sin descomponerse. Sin embargo esto no sucede así, no está al alcance de los mortales cruzar al otro lado. Quiere usted comprometerse con una causa, pero ¿Cuál es esa causa que usted persigue? ¿No cree que las causas son criaturas que nacen ya muertas?
Habrá de venir Uno, es cierto, la energía absoluta, que lleva el linaje de toda la humanidad, a Él lo han estado esperando los anteriores, y aún los que han de venir, a Él lo buscan para posicionarlo junto a ellos, para controlar su poder, pero el que ha de venir es incontrolable, y en el despertar de su energía habrá final y principio. ¿Comprendes ahora porqué hace tiempo que los hombres-máquina trabajan afanosamente?, ¿porqué llevan tanto tiempo preparándose en la sombra? porqué hace mucho tiempo que se juega una partida de ajedrez que no ha de acabar tan sólo en jaque mate entre los contendientes, sino con el tablero roto y las piezas esparcidas por el suelo.
¡Ah!, Ya no me queda más tiempo para la charla. Dentro de nada irrumpirán aquí los que no quieren que estos encuentros se produzcan, afortunadamente vamos unos pasos por delante suya. Lamentablemente, lo que has visto hoy, lo que sabes, no deben ellos saberlo.
En aquella mesita, sobre la que hay esparcidos pétalos de rosa, dentro de la cajonera, hay una cajita con dos cápsulas, una roja y una azul. La primera induce al cambio; muerto el cuerpo libre el alma; la segunda te devolverá al estado anterior, despertaras en tu cama y creerás lo que tengas que creer, y la historia termina–
Abro la mesita con cuidado, encuentro la cajita en la que hay representado un conejo blanco. Dentro encuentro las dos cápsulas.
Sobre el cielo y desde la jungla de cristal, veloces cuádrigas mecanizadas avanzan hacia la habitación (Ruido estremecedor de hélices y pisadas en la azotea). Los gatos sibilinos han desaparecido sin dejar rastro.

Texto: D

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