La sala de las gomillas voladoras

a alarma no sonó, es por eso que son las 07:05, justo hace 5 minutos que yo debería estar ya en mi puesto de trabajo. Me desperté por primera vez cuando quedaban 20 minutos para levantarme, ducharme, vestirme y cepillarme los dientes. Decidí que me mantendría despierto mientras llegaba la hora de levantarme, mientras sonaba el despertador. Siempre lo consigo; pero se me cerraron los ojos en la espera, me atraparon los sueños en la telaraña que se había tejido alrededor de la almohada y el cabecero de mi cama.
Había amanecido callandito, sin que yo me diera cuenta, rendido como estaba a los brazos de Morfeo, y un aullido interior vino a socorrerme: –¡Despierta joven de tu letargo¡¿ no es muy tarde para que yazcas aún dormido?–
Rápido como los reflejos de un gato, de súbito como uno siente la llamada de ese algo que algunos llaman Dios. Rápido como las patas de un cervatillo salté de la cama, atrapé una camiseta de listas rojas, me alisé el cabello alborotado. Rápido como una centella dejé caer mi estela sobre mi macuto, busqué las llaves del coche, encontrelas en las baldas de mi estantería, el móvil y las llaves de casa.
Desesperado corrí de la habitación al cuarto de baño, anudé mi bufanda alrededor del cuello, di mis últimos vistazos a la habitación. Todo parecía en orden.
Hice una llamada. El teléfono al otro lado de la línea no tardó ni dos tonos antes de ser descolgado: –¿Si? –Hola, soy yo, me he quedado dormido, llegaré en unos minutos– dije.
Asombrosamente las luces de los semáforos estaban en verde, o se iban abriendo según avanzaba por las calles, en fin, lo nunca visto. Pisé a fondo el acelerador, escuchaba la radio sin prestar demasiada atención, los locutores reían y hacían bromas en la onda.
Cuando llegué no habían pasado ni diez minutos desde la llamada; en un trayecto de quince a veinte minutos. En la sala de las gomillas voladoras se oía hace un rato el martilleo de las máquinas, había ajetreo por todos lados, y entre el ruido me escabullí como pude hasta llegar a mi puesto. Mis compañeros me recibieron con algarabía y una lluvia de gomillas voladoras…bendito sea ese algo que algunos llaman Dios.

Texto: D

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