¿Y usted qué dice, Viskovitz?

ALESSANDRO BOFFA
Eres una bestia, Viskovitz

Con Ljuba fue amor a primera vista. Era la lorita más bella de todo el Caribe.
Así que me acerqué a ella sin pensármelo dos veces. Sin más preámbulos, la
miré a los ojos y le dije:
–Te amo.
–Te amo –me respondió.
Fue el principio de una gran pasión. Nuestro nido de amor era la manigua
entera, el loco ardor de la juventud nos quemaba bajo las plumas, y toda la
inmensidad del cielo no bastaba para contenerlo. Cantábamos, bailábamos,
nos amábamos al ritmo de la rumba, del mambo, de la conga y del merengue.
Un día me decidí y le pregunté:
– ¿Quieres casarte conmigo?
–¿Quieres casarte conmigo? –replicó.
–Por supuesto, mi amor.
–Por supuesto, mi amor –respondió ella.
Así que construí el nido más lindo del archipiélago y allí pasamos nuestra luna
de miel. Abrazándola estrechamente, le dije:
–Me gustaría mucho tener pequeños.
Me respondió que ella también los quería. Nacieron dos, un tesoro de criaturas,
nunca una palabra de discordia, nunca desobedientes, siempre dispuestos a
corresponder a nuestro afecto con el suyo.
¿Qué más se podía desear de la vida?
Algo que no estuviera previsto. Y empecé a verme con aquella otra lorita. Un
día se lo confesé a Ljuba.
–Tengo una amante –le dije.
–Tengo una amante –me respondió.
–La mía se llama Lara –proseguí.
–La mía se llama Lara –me confesó.
¿Qué decir? Me quedé de piedra. Mi mujer con mi amante. Dicho así casi
podía parecer una buena noticia, pero pronto estuvo claro que aquel triángulo
no podía funcionar. Así que fui a ver a Lara y le dije:
–Escoge, o ella o yo.
–Ella –me respondió.
Entonces fui a ver a Ljuba y le planteé también a ella un ultimátum:
–¡O ella o yo!
–¡Ella!
–Vete al diablo –le dije.
–Vete al diablo –replicó.
Estaba más que harto de que me tomaran el pelo con aquellos ritornellos.
¿Sería posible que la vida discurriese por caminos tan superficiales? ¿Cómo se
podía seguir adelante de aquella manera? Sumido en la desesperación, decidí
pedir consejo a una mente iluminada, un loro que había alcanzado una gran
reputación de maestro de sabiduría y de guía espiritual.
–Maestro –le espeté–, ¿qué podemos hacer para obtener respuestas menos
manidas, para escapar a este rutinario runrún, a esta mediocridad? Decidme,
maestro, ¿que debemos hacer?
–Hacer –respondió el sabio.

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