Memorias del joven Argos

Mi nombre es Argos Panoptes, el guardián de los cien ojos, y cuando algunos de mis ojos duermen, los demás permanecen despiertos, vigilantes.

No recuerdo cuando nací, sólo que desde ese instante he estado observando el mundo en su giro gravitacional. Como quiera que lo hayan planteado los dioses, cualesquiera que sean, nunca me ha estado permitido más que breves instantes de felicidad; y estos se han correspondido normalmente con el vuelo pausado de una mariposa junto a mí, el rayo que fulmina un retoño tierno o sesga las ramas altas de un árbol, las florecillas que salpican la pradera y que crecen alredor de mis pies y este tronco de árbol en el que me hallo sentado desde hace miles de años. De vez en cuando se da la circunstancia de que puede verse el arco iris; y las diminutas partículas de agua que se descomponen en pequeños haces de luz. Tal es mi disposición en la vida a saberse: la soledad en si conocida, la contemplación, la aspiración a la mortalidad.

Mi vida ha transcurrido entre la belleza de estos terribles días; en lo alto de un acantilado por el que se desliza el viento peinando las hierbas altas, en un murmullo que se prolonga a lo largo de la pradera hasta los bordes del acantilado. A lo lejos se divisa el océano espumoso, a lo lejos también vuelan las gaviotas y se pierden las golondrinas, las nubes se disipan como las olas y el sol se muestra en todo su esplendor.

Las olas son mis emisarias, y en su eterna confrontación con las rocas forman la voz de mis días. De ellas se lo que sucede al final de este mar infinito, las guerras y las catástrofes que diezman a los hombres. La sangre derramada llega hasta esta isla convertida en olorosos perfumes, en elixires de inmortalidad, en mortíferas pócimas.
Los grillos dan furiosos brincos entre la hierba, desapareciendo y volviendo a aparecer en otro lugar distinto, las abejas con su zumbido me infunden el sueño y endulzan mis días. Hay hermosas aves del paraíso que habitan aquí en los confines del mundo también, y que son, a más señas, mis compañeras solitarias de vida.

Pero hoy he de alcanzar la paz absoluta en ésta mi pradera, bajo las ramas del Árbol junto al que me hallo; y donde anidan gran variedad de estos pajarillos ataviados con vivos colores y colas de fuego. Fue a causa de un ensueño que tuve, cuando el sol ya iba descendiendo sobre el horizonte, mis ojos se iban cerrando poco a poco, y entonces apareció delante de mí. Era una mariposa con hermosas alas blancas venida de allende los mares. Vino a posarse en mi mano, la misma mano que infunde terror, el puño aniquilador de antaño y de hoy; adoptando la imagen de una joven segadora vestida de blanco. Y se por Ella que mi larga estancia se acaba en esta ladera en la que se han ido sucediendo los siglos y las estaciones; sin que yo moviera un solo dedo para impedirlo.

Trae consigo un elixir, un potente veneno que cuando lo beba me inducirá a un sueño profundo del cual no volveré a despertar. Mi cuerpo descansará sobre este tronco, como una estatua helénica esculpida en fino mármol. Y mi alma volará libre por los confines del mundo, mezclándose en el diálogo de las mareas, viajando en el tiempo, cabalgando al lado de Céfiro, peinando las hierbas altas.

TEXTO: D

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