La camarera y el hombre detrás del vaso

e gusta salir un Viernes, entrar en un bar, charlar largo y tendido. Esto es lo que viene a ser lo normal, uno queda con unos amigos, y bli bli bli, bla, bla, bla, que si cuanto te quiero amigo, que si te he visto no me acuerdo Catalina, que si que mal tiempo hizo ayer y aún hoy peor, etc. Es lo que suelo hacer, enjuagarme el gaznate con licores y demás mejunjes, “sabrosos” como diría un amigo; hasta enajenarme parcial o completamente. Raramente me preocupo por ver lo que hay más allá de un palmo de terreno, raramente me aventuro a otros grupos vecinos, lo más que hago es aquel ejercicio consistente en ir aproximando el vaso a los labios tantas veces como sea posible intentando aguantar el máximo de tiempo la copa llena. Y siempre he sido un poco animalillo con estos temas, y cuando mojo el pico ya no hay Dios que me refrene.
Pero el otro día ocurrió algo poco usual, algo de lo que no me había percatado, y esto son las camareros, y para ser más concreto, las féminas que ejercen esta profesión. Nunca he encontrado una que me resultara especialmente atractiva, con la que al beber la cerveza uno deseara prolongar por el mayor tiempo posible ese momento. Tal es mi razón de beber: el desinhibirme, y quizás, de esto no estoy seguro, alcanzar un estado mayor que el común de todos los mortales, el del labriego que abre los surcos donde sembrar las semillas o echa de comer a los marranos, el del poeta primerizo que se devana los sesos intentando encontrar una rima acorde; o el del músico que acaricia suavemente las cuerdas en la barriga de su guitarra.
Heme aquí que esa chica me había conquistado, sin siquiera hablarme, desde la distancia, con su desparpajo, su simpatía, con su genio. Entonces no me dediqué a otra cosa que mirarle aquellos labios rojos, mientras cargaba las copas, desde la distancia más prudencial, intentando que no se me notara la maniobra. Ella se movía a lo largo de la barra y yo la seguí con la mirada, intentado averiguar como sería, cual su carácter. Me preguntaba si tenía novio, y hermanos, si vivía con sus padres o compartía casa con amigos, si iba a la universidad y a cual, si le gustaba la comida china o la tailandesa, su color favorito, su edad, su número de pie. Nunca he hecho nada de lo que no se esperase de mí delante de los demás (salvo una vez, y por poco acaba en espectáculo bochornoso), y en ese aspecto he sido muy estricto conmigo mismo, tan echado hacia atrás que es raro verme ir lanzado. Si por mi timidez, mi introversión y mi poco desparpajo fuera, no hubiese encontrado novia en la vida, gracias a Dios, han influido fuerzas mayores.
Y bueno, ella sonreía, y yo me imaginaba pidiéndole su número, quedando un día con ella, desentrañando al fin todas aquellas incógnitas que me surgían, y me imaginaba besando aquellos labios tiernos y esponjosos, tan arrimado a ella que nuestros cuerpos pareciesen uno sólo, pero recordé que yo nunca hago nada que no se espere de mí delante de los demás, además mi vaso estaba medio vació y yo cavilaba, pronto habría que ir a por otro.
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