El Tigre y el Dragón

l tigre le pegaron porque se mostró humano, porque cometió fallos, le lapidaron. Le lapidaron las zorras, las ratas y las cucarachas; y como esto puede denotar machismo añadiremos a los leones, los licaones y los perros asilvestrados. Al hombre diez no se le perdonan los notables, ni los nueve con cinco, y mucho menos los insuficientes; aunque los que lo exijan sean los mediocres, los que aspiran a nada, la carne muerta, el vulgo; y esperando al acecho, esos que se hacen llamar periodistas pero a los que llamo “perodiantes”, que resultan de una mezcla entre periodista y maleante; que son los primeros en meter su narizota en la podredumbre. Su olfato está altamente especializado para poder detectar el más mínimo tufillo allí donde surja, y como escarabajos peloteros acuden prestos a darle vueltas a la mierda para que se haga más grande, y al echar a rodar la bola, nadie pueda detenerla. ¡Todos al circo!, superdotado el último; ¡y lancen la primera piedra! En este circo no se te exige que saltes a la arena y te las entiendas con un tigre, un león o una docena de gladiadores bien pertrechados, sino que saltes al plató con toda tu desvergüenza, y la expongas delante de la cámara, que grites improperios, que rías como una hiena, que metas el dedo en la llaga y hurgues, y cuanto más mejor, hasta salpicar al público con el jugo de sus vísceras. Todos a lapidar al hombre sobresaliente porque no es como nosotros, carroñeros del sensacionalismo, no tenemos suficientes con nuestra propia caca, sino que queremos oler y probar la de los demás, y con nuestras manitas esparcirla por todas las paredes blancas. Iconos publicitarios a mí, ¡arda Pompeya!
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