Ce n’est pas une pomme

Comía aquella manzana, a grandes mordiscos, sin darle tregua. Iba menguando por un lado, a cada dentellada se quedaba más pequeña, ya iba quedando solo el pipero. En tanto que la mordía, había empezado a pensar en mi musa y como quiera que fuera, ya me encontraba ensoñando a su lado, abrazándola y besándole la nariz. Los años largos habían pasado de un trago y Ella ya no era Ella, quiero decir, la misma Ella que yo había conocido hace unos años, de la que luego me desentendería sin más, para ya no volverla a ver, y era, en definitiva, otra Ella. Quise describirle de un soplo todo lo que me había ocurrido en esta espera, como había ocurrido lo de mi metamorfosis hasta alcanzar mi estado actual; pero lo único que salió de mi boca fue aquella diminuta pipa de manzana. No es de extrañar que ella me mirase contrariada, con sus ojos que ya he dicho que son verdes y profundos. Le dije que la había soñado cada noche de cada día y que cada noche “me parecía a mí una tregua entre los dos días”; y era verdad, por muy lejos que la supusiese de mi, no le había fallado ni una sola vez. Sonrió sin siquiera mirarme, sin ladear la cara, fríamente, como si yo fuera el hálito de un espíritu siberiano del viento, como si fuera una parte de su consciencia la que le empezase a incordiar, una especie de Pepito Grillo o así. Que desdichado me sentí entonces, porque me dí cuenta de que ella no podía sentirme, ni pensarme, siquiera se daba cuenta de que estaba a su lado. Le susurre al oído unas palabritas cariñosas que sólo quedan para ella. Todo eso debió resultarle bastante cómico, porque soltó una carcajada repentina, como si una hormiga le corriera por el brazo haciéndole cosquillas.
No es de extrañar, porque ella se había olvidado de mí, siquiera recordaba quien yo era, y en fin, que a esta otra Ella nada le quedaba de la anterior, y yo, como quiera que fuera, lo prefería más así que asá. Tampoco es que esperara que el mundo fuera a cambiar de un día para otro, el mundo es mundo y no hay quien lo cambie aunque se sucedieran las revoluciones una detrás de otra; y yo lo prefería tal como estaba, aunque fuera un extraño en él, un alienígena con aspecto humanoide entre ellos.
La dejé entonces con sus pensamientos y eché a caminar por un senderito que subía serpenteando hasta desaparecer detrás de una colina, a mi musa, la que había perdido hace unos años, y a la cual no tendría la oportunidad de hacerle saber que en mí aún persistía mi anterior yo, y que éste seguía aferrado a su recuerdo, como un abrigo a su percha.
Así que terminé de comer aquella manzana y enterré sus semillas con la esperanza de que creciese algún día bendecida por la gracia de Díos, si es que existen ambas cosas, la gracia de vivir y Dios, cosa que sospecho pero no afirmo, pues soy privado de fe, más allá de la que me da la propia razón de existir; y ésta fe mía, normalmente se suele poder palpar con las manos. -D

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