Un joven viejo agudo cuervo charlatan

oy he vuelto a mirarme el ombligo, y ahí seguía en medio de mi barriga, como todos estos años atrás, nada es mas importante que mi ombligo me he dicho, míralo ahí quieto durante algún tiempo y parecerá que da vueltas, como lo hace la tierra alrededor del sol, majestuoso, casi divino.

He alumbrado este pensamiento mientras caminaba de vuelta a casa, atravesando un parque, salvando los charcos del camino, esparcidas las hojas en el suelo de un medio día otoñal, piando los pájaros por entre las ramas de los árboles que por frondosas casi no me llegaba rayo de luz, he intuido, en el cruce de dos caminos, que había estado demasiado tiempo sin levantar la cabeza para ver más allá, que mis oídos no querían escuchar el piar de aquellos bulliciosos pajarillos, que en vez de eso había preferido mi feo graznar, el graznar de un cuervo viejo ya en la juventud, que ya piaba de nuevo anunciando un mal augurio. Este cuervo, apoyado sobre mi hombro, y mirándolo todo de reojo, desde la desconfianza más absoluta me susurraba muy quedamente con su pico naranja: “no te preocupes de nadie ni de nada, solo hazlo por ti, mira lo bonito que es tu ombligo ¿Qué importa lo que ellos hagan o digan? No te entrometas en sus vidas, deja que se vayan tan lejos como se lo permitan sus pies, también tú debes ser errante, coge la fruta que cuelgue en el borde del camino: la zarzamora, la uva y la fresa salvaje, no dudes de morder la mano piadosa que se alarga hasta a ti; nada importa del ayer, tan solo importa el hoy en día”. Su voz tétrica me iba seduciendo, empezaba ya a andar por encima de los charcos como a dos palmos del suelo, ví pasar corriendo por debajo de mí a una asustadiza lagartija, salté por encima de la crin de un caballo, estuve a punto de chocar con una paloma, robé el helado a una señora al lado de un quisco y me deleite con su sabor. Empecé a ascender, casi podía tocar las nubes, las atravesé en un suspiro, llegue al firmamento celestial, allí pude comparar mi resplandor al de las estrellas: aun me faltaba lustre. Cuando estuve muy arriba, en la oscuridad más absoluta, creyéndonos solos el cuervo y yo, note que mi vacío se expandía, que el aire me faltaba, que mi soledad me abrumaba, mis ojos se desorbitaban. Ahora daba vueltas sin ton ni son, el cuervo había desaparecido de mi hombro, ya no se le oía mas que reir desde lejos en un estruendoso carcajear. Seguí dando vueltas, vagando por el espacio, abajo pude ver la tierra, sus continentes y su inmensa masa de agua salada, sus guerras y su miseria y arriba ya no había mas arriba…

¿Cómo, cuando y porqué? Esas tres preguntas me hice, por toda respuesta obtuve un silencio sepulcral, esa era la misma respuesta que yo solía dar a todo aquel que preguntaba, a todo aquel que quería mi proximidad, a todo el que andaba en mi búsqueda, a todo ser querido. No hay respuesta para esas tus preguntas oí entonces una voz que me decía. La que así me hablo era la amable Luna, señora de los ciclos y las mareas y me pregunto que quien era yo, que no solían verse seres tan diminutos a estas alturas. Le respondí, que yo creía ser humano, habitaba al menos entre ellos en el planeta de mas abajo llamado tierra y que si estaba allí mismo, al lado de la Señora, era porque me había dejado seducir por las palabras de un joven cuervo viejo y que entonces no había parado de ascender hasta alcanzar tal altura. Pero que quería bajar de nuevo y esto me resultaba imposible, ya que solo hacia girar y girar en mi sinsentido. Ella me dijo que debería tener cuidado en mis ascensiones, pues al sol, rey del universo, no le gustaban los intrusos y que seguro que si me veía merodeando por los jardines de su reino iba a pasar yo a ser parte de mejor vida. Que conocía un medio por el cual yo podía volver a mi origen, y este camino, me indicó, tenía forma de espiral, por lo que me podía deslizar por el como en un tobogán hacia mi destino, me dejó dicho también, y en ello puso verdadero énfasis, que me cuidara de mirarme muy mucho el ombligo, que su movimiento giratorio produce ingravidez en la persona, mareos y delirios de grandeza, por lo que era fácil de caer en la palabrería de un joven viejo agudo cuervo charlatán.
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