Un verano en Sevilla, guardando la silla

ace calor, esto es Sevilla, en verano resulta obvio ya lo se, y si no que se lo digan a los noticieros que siempre que quieren hablar de altas temperaturas hacen conexión en directo desde un termómetro que esta cerca de la estatua del Cid a caballo, frente a la antigua fábrica de tabacos, mientras una pareja de japoneses se retratan con el marcador al fondo, cuando quieren referirse a calor de verdad, del que derrite, del que es digno de mención, del que es de justicia y difumina el asfalto. Es obvio si, pero no por obvio deja de ser importante, al menos para mí. Y si, ya se que andais por ahí, como abejas buscando flores a las que libar el nectar, polinizando aquí y allí con vuestro traje de rayas negras y amarillas, que si en la playita o en la montaña, que si pillo un avión y me presento en Kuala Lumpur que si por Australia otros, que si me vuelvo de Helsinki en monociclo. Mientras la cera que soy, ¡se derrite en Sevilla! Pero no todo esta perdido señores, si se sabe invertir el triángulo, lo que antes caia arriba pasa a estar por debajo y se genera un nuevo orden. Un orden que nos favorece… ¡al fin! Se puede decir, que cuando mejor se esta en Sevilla, cuando más a gusto se siente uno, cuando más persona se es en esta ciudad es precisamente cuando no queda ni un sevillano en leguas a la redonda, y esto solo se consigue en verano, cuando emigran todos a la playa a pelear un palmo de terreno para clavar la sombrilla.

Así que el calor se compensa con que tienes las calles para ti solo, eres un guiri cualquiera, un extraño ajeno a todo bullicio, los cocheros amablemente te ofrecen su calesa por si quieres dar un paseo, y se te es ofrecido el romero de la buena suerte a las puertas de la Catedral, que cuando más hermosa se la descubre es precisamente cuando su belleza queda reservado para unos pocos; mientras, a la sombra suya, los caballos famélicos se espantan las moscas con las colas, cagándose en los muertos del tio del látigo, ¡ya podrías ir con un matamoscas, cabrones!.
Lo mejor de todo esto es salir a pasear por unas calles en las que casi no hay gente, ¿no es esto maravilloso? Para mi, al menos, que estoy de un asocial que ni siquiera tolero reflejarme en un espejo: si y cien veces si. Como decía -al grano hombre, al grano- lo más agradable de todo es darte cuenta de que en el barrio son poquísimas las cabezas locas que se quedan: los bloques vacios, las ventanas y balcones chapados, los coches han desaparecido misteriosamente, los comercios cerrados a cal y canto, ya no tienes a quien molestar, en consecuencia: ¡monta fiestas a tope joder, sin renunciar a la música alta!

¿Es que ha descendido Jesucristo con clavos y todo y se los ha llevado a todos devuelta con él?, ¿y que sucede con los demás, los que quedamos aquí? ¿No cumplimos con la palabra del señor? ¿No fuimos suficiente rectos en nuestras vidas?, ¿y porque habríamos de ser rectos si el camino no lo fué, si era una suerte de montaña rusa y al fin y al cabo también una ruleta? Si, ya suponía yo que es la tierra la que alberga azufre en su vientre y no lo que me espera para el instante después, llegado el momento culmen de mi vida, es decir, el día del acto final, el de la muerte. Así que como digo, quedamos los de siempre, este año incluyendo a mi amigo ‘Ragga’ que en su afán de perpetuar su estatus de bohemio ha querido emular al mas bohemio de todos los hermanos fxn, el bohemio entre los bohemios, el mismo que reto al sol y de cuyo intento salío mas bien chamuscado, es decir: Yo.

¡Ay! Pero en vuestra ausencia, mientras libabais el nectar dulce de las flores en el camino no encontré ni un solo instante de soledad. Tuve en mis manos a Nietzche con su Ecce homo y su Zaratrusta; a Hermann Hesse con el Siddharta y por penúltima vez releí el Lobo Estepario. Leí la prensa digital, siguiendo las andaduras del Senador por Illinois, el hombre cuyo sueño se hizo posible ante los ojos circunspectos de medio mundo y validó los sueños de muchos otros; me emocione mucho con el relato de “Biografía de una mosca” y el bitácora “Me cago en mis viejos”. Vi la película Old Boy que me aconsejó mi colega Rafa y muy bien aconsejada por cierto, estupenda banda sonora, y una canción en especial que se llama “ the last waltz”. Jugue mil partidas de parchis en su variante marroquí, a veces quede ganador y otras veces la suerte no me acompañaba en absoluto, tanto mejor que sea así: me entreno en la paciencia sin esperar que todo salga bien. Tumbé muchos litros de cerveza, acosado por la sed, el calor y el vicio; yo solo y acompañado y por vez primera tuve un trabajo, una responsabilidad al menos, una motivación, una razón para vivir, algo que me dignifica y me quita de la rutina de pensar. Voy todas las mañanas desde hace tres semanas, y por ahora todo marcha bien, el trabajo es en una catarata, mi misión es recoger el agua que cae en un barreño de color púrpura y lo he de vaciar en otro recipiente que por medio de un mecanismo la vuelve a subir hasta arriba y desde allí otra vez vuelve a caer, a modo de noria. No me esta permitido sin embargo beber de esa agua ni siquiera un trago por muchos cantaros que lleve. Ni una gota debe ser tampoco derramada. Pienso que todo ese proceso, automatizado lo podría realizar perfectamente una máquina.
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Un verano en sevilla, guardando la silla.
David

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