El idilio de una tarde de verano

Nunca has visto atardecer sentado a la orilla de un río? No un río cualquiera, uno de belleza sublime, como el Guadalquivir por ejemplo; con las casitas levantadas sobre la orilla de enfrente reflejándose en el agua y los peces saltando fuera de ella para celebrar, quizas, la alegría de vivir.

Estábamos como digo sentados los dos amigos, que más que eso, necesitaríamos de una palabra que se aproximara mas a la realidad a la que me quiero referir. Un amigo que es como un hermano o como uña que se hace carne... pero amigo valdrá por lo pronto. Estábamos los dos distraidos con nuestra conversación, a veces aprovechando las pausas para disfrutar del silencio que se nos brindaba y observando las piruetas de los pajarillos sobre nuestras cabezas. Ellos también, como nosotros dos, tenían algo que celebrar.

Fue entonces cuando la vimos. Una muchacha estaba tendida sobre el césped leyendo un libro (el Hobbit) Mi amigo tuvo una idea, era la segunda decisión importante que tomábamos aquella tarde. Una había sido la propia idea de acercarnos, dando un paseo hacia la orilla del río, la otra y es esta que os paso a contar fielmente fue la de dirigirse a la muchacha y preguntarle si le apetecía compartir con nosotros aquella tarde.

Ella asintió con la cabeza y poco después nos encontrábamos los tres hablando sobre nuestras vidas. Tenía los ojos hondos, puros. De una azul claro que hacia temblar el alma. Como nosotros dos, perros callejero, ella se atreví a vagar en soledad. Como si ninguna cuerda pudiera sujetarla a ningún lugar. Fue esto lo que más me impresionó, y no soy yo de los que se impresione fácilmente. Hay que pelearlo como quien dice, los galones no se piden, se dan.

Fumamos de la pipa de la paz como si fuéramos indios observando como, poquito a poco, iba cayendo el telón de la noche sobre la ciudad. Hablamos de todo cuanto se puede hablar y callamos en espera de las próximas palabras que brotaran espontáneas de nuestros labios, como si lleváramos conociéndonos toda la vida, pero este, a mi pesar ,solo era un sueño de una tarde de verano.

Caído ya el telón, avanzando sobre nosotros el reino implacable de las sombras propusimos tomar juntos unas cervezas, a lo que asentimos nosotros de buen agrado. Nos dirigimos hacia la Feria de las Naciones, e insuflados de alegría bebimos cerveza en tanto que disfrutábamos de unos conciertos, y mezclados en la multitud, bailamos. Salimos de la multitud a fumar de la pipa de la paz como los indios que éramos y hablamos. Hablamos de todas cuantas cosas se pueden hablar y callamos cuando nada había que decir.

Pasado un rato volvimos a entrar al recinto porque a ella se le apetecía tomar otra cerveza (intuyo que le agradaba nuestra compañía) y bebimos la cerveza mientras en el escenario, un grupo de Capoeira hacia las delicias de cuantos allí nos encontrábamos.

Lo que paso después es ya papel mojado. Imposible de volver la vista atrás por miedo a ser convertidos en estatuas de sal. Solo diré que los pequeños detalles son los que componen los grandes momentos. Y este era uno de ellos.Al despedirnos, cuando ya esta a punto de esfumarse la magia del momento, bese su mejilla y nos despedimos. No tuve el valor de pedirle el número de teléfono o la dirección en la que pudiera encontrarla. Porqué habría de hacerlo. Nunca más mis oscuros ojos habrían de ser bendecidos con su visión ni los suyos azules podrán olvidar lo que sucedió aquella tarde de verano, en la que dos perros callejeros le brindaron su compañía

TEXTO: D

1 comentario:

  1. Es que el Guadalquivir, en el trocito de cesped junto al puente de Triana tiene algo mágico. Será el reflejo en el agua.

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